El
sector rural nicaragüense está experimentando
una de las crisis más fuertes de las últimas
décadas. El retiro del Estado como principal proveedor
de financiamiento hacia la producción rural, la caída
reciente en los precios internacionales del café
y la apertura de las fronteras para la entrada de productos
agropecuarios de otros países en el marco de los
tratados de libre comercio son, entre otros, factores que
han venido a profundizar el poco dinamismo que muestra el
sector agropecuario del país.
En
este contexto de múltiples adversidades, las familias
rurales han sufrido severos cambios en sus vidas, cambios
en los cuales las mujeres han jugado un papel determinante
en la creación de estrategias de sobrevivencia tanto
a nivel de sus familias como de las unidades de producción
campesina. Estas estrategias se ven traducidas en una incorporación
cada vez más intensa de las mujeres en los procesos
económicos, inducidas por las fuertes carencias que
enfrentan. De esta manera, las mujeres rurales han intensificado
y diversificado su trabajo en la parcela y el traspatio
para producir alimentos o vender productos, han incrementado
su incorporación al mercado de trabajo informal y
se han empleado fuera de la comunidad en el servicio doméstico
o migran fuera del país a fin de enviar dinero sus
familiares.
La
tierra al desnudo
Políticas
de pequeños bancos de tierra dirigidos a beneficiar
a mujeres, con el objetivo de darles una respuesta a la
creación de empleos, han sido implementadas tanto
por el gobierno como por organizaciones de productores.
Aún, así el acceso de hombres y mujeres está
muy lejos de ser igualitario. Los resultados de estas acciones
se ven reflejados a través de investigaciones de
FIDEG, que muestran que el acceso individual de las mujeres
a la tierra entre 1995 y el año 2002 ha pasado del
13 al 19 por ciento.
Si
bien es cierto las mujeres rurales han logrado tener un
mayor acceso a la tierra, también es cierto que no
existe una correspondencia entre el acceso a la tierra y
el acceso a crédito para poder trabajarla. Investigaciones
de FIDEG dan cuenta de una realidad muy grave para las mujeres
y es el hecho que el número de mujeres beneficiarias
de crédito se ha reducido sustancialmente entre 1995
y el 2002, pasando del 33 al 19.7 por ciento. Por otra parte,
la masa crediticia entregada a las mujeres se mantiene en
porcentajes similares en el período mencionado (11
versus 13.2 por ciento). Es decir, hay menos mujeres recibiendo
la misma masa de crédito.
La
situación de los hombres es diferente a la que enfrentan
las mujeres. El número de hombres con acceso al crédito,
entre 1995 y el año 2002, se incrementó del
67 al 80.3 por ciento. Sin embargo, la masa de crédito
solamente se reduce en dos puntos porcentuales. Dicho de
otra manera, existen más hombres que están
teniendo acceso a crédito y son los que se llevan
la mayor parte de la masa de dinero. Esta situación
es producto de la reducción de las fuentes de crédito
convencional a las que, históricamente, habían
tenido acceso los hombres. Al cerrárseles estas alternativas,
han incursionado en fuentes de crédito no convencional,
que hasta hace muy poco tiempo fueron las mujeres las mayormente
beneficiadas. Es así que los hombres han llegado
a desplazar a las mujeres de las fuentes de financiamiento
que las habían priorizado y que les habían
permitido tener acceso a recursos con garantías no
tradicionales.
Cambios
bruscos
Tener
acceso a un pedazo de tierra no es suficiente para que una
persona o una familia tenga garantizado una empleo en el
ámbito rural. El binomio tierra-mano de obra campesina,
no son suficientes para hacer producir la tierra. La tierra
al desnudo, sin semilla, sin insumos, sin crédito,
sin asistencia técnica, sin capacitación y
sin caminos para sacar la producción, no garantiza
que ésta sea trabajada, no garantiza que las familias
rurales produzcan sus cosechas y garanticen su alimentación,
comercialicen sus excedentes y mejoren sus condiciones de
vida.
Esta
realidad que está viviendo el campesinado nicaragüense
de “tierra al desnudo”, les ha trastocado su
lógica histórica de trabajo, al cambiar su
quehacer agropecuario y descubrir nuevos espacios a través
de los cuales pueda generar ingresos. Investigaciones de
FIDEG han encontrado que entre 1995 y el año 2002,
hombres y mujeres rurales han disminuido su participación
en labores agropecuarias y han incursionado en actividades
informales, como son los servicios y el comercio, así
como en actividades de pequeña industria artesanal.
Estos
cambios en la ocupación se han profundizado más
en las mujeres que en los hombres. De hecho, los datos dan
cuenta que las mujeres han reducido entre 1995 y el año
2002 su participación en actividades agropecuarias
(44.8 versus 23.6 por ciento) y han incrementado su quehacer
principalmente en el sector comercio (19.5 versus 28 por
ciento), servicios (22.9 versus 29.5 por ciento) y en la
industria artesanal y alimenticia (12.8 versus 18.9 por
ciento). Los hombres, por su parte, han disminuido su participación
en la esfera agropecuaria, pasando en el mismo período
del 75.9 al 60 por ciento, siendo su mayor refugio las actividades
de servicios.
Las
cifras generadas por FIDEG dan pautas para afirmar que el
sector informal rural está generando empleo a hombres
y mujeres que no encuentran alternativa para trabajar en
actividades agropecuarias. Dadas estas condiciones, son
las mujeres, más que los hombres, las que tienen
mayores “ventajas comparativas”, ya que el rol
doméstico que se le impuso a lo largo de sus vidas
les permite trasladarlo al ámbito laboral, y es así
que miles de mujeres se insertan en el mercado de trabajo
a realizar actividades como cocineras, lavanderas, planchadoras,
procesadoras de alimentos, vendedoras, etc. Es decir, que
están dispuestas a realizar cualquier tipo de actividad
laboral, siempre que les permita generar ingresos para la
manutención de su familia y muchas veces de la unidad
de producción.
Se
puede decir entonces que si existe una voluntad política
de apoyar al sector rural, esta política debe ser
integral, pasando de “tierra al desnudo” a “tierra
cubierta de recursos”, de lo contrario los hombres
y, mayormente las mujeres, no se verán beneficiadas
cuando se les entregue un recurso dirigido a mejorar sus
vidas, sino que continuarán siendo obligadas a sobrevivir
a través de actividades informales que no son otra
cosa que una prolongación del trabajo que realizan
en la esfera doméstica.
La
gráfica Cambios bruscos en la ocupación de
hombres y mujeres rurales 1995-2002 pone en evidencia la
forma en que ha trastocado la inserción laboral en
el sector rural nicaragüense, entre 1995 y el 2002.

Un
elemento que corrobora la situación que están
enfrentando los hombres y mujeres del sector rural, es la
oferta de crédito a la que están teniendo
acceso y las brechas de género que se muestran en
la misma. El escaso y limitado crédito que se otorga
en las zonas rurales no es mayoritariamente para actividades
agropecuarias, sino para actividades informales, situación
que se acentúa en el caso de las mujeres.
Los
resultados de las investigaciones de FIDEG reflejan que
del total de crédito que recibieron los hombres en
el año 2002, el 37.7 por ciento fue para cultivos
de consumo interno, el 22.1 por ciento para la compra de
insumos, el 10.4 por ciento para comercio y el 13 por ciento
para servicios. En cambio el crédito que recibieron
las mujeres fue en un 11.5 por ciento para cultivos de consumo
interno, el 40.4 por ciento para comercio y el 30.7 por
ciento para servicios.
A
manera de conclusión, se puede afirmar que, al estar
las actividades agropecuarias deprimidas, la oferta de crédito
se dirige hacia las actividades más rentables, que
garanticen la recuperación de los mismos. Por otra
parte, al no abundar oferta de crédito para las actividades
agropecuarias que son sumamente vulnerables al clima, a
las fluctuaciones de los precios nacionales e internacionales
y a la inversión a más largo plazo, seguramente
esta situación influye en que las personas desarrollen
actividades informales donde pueden encontrar financiamiento,
aun a riesgo de perder. Esta situación se ha convertido
en un dilema (¿quién fue primero, el huevo
o la gallina?), en este caso, “¿quién
fue primero, la oferta de crédito para actividades
informales o las personas realizando actividades informales?”
O es un problema más complejo, en el que ni proveedores
de crédito ni usuarios del mismo se quieren arriesgar
a perder en actividades donde las ganancias y recuperaciones
no son seguras.
La
siguiente gráfica muestra las prioridades y las brechas
de género de la oferta de crédito en las zonas
rurales.



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